21O
- Germán PC
- 11 dic 2020
- 2 Min. de lectura
-He pensado en suicidarme desde que era niño… Quizá desde mis 9 o 10 años-.

Empedernido, determinado, con la lente al frente y la mente enfocada, me uní a la marcha. Esa que esporádicamente sale a reclamarle a un gobierno indiferente y asesino, por condiciones dignas de vida. Esa que se atreve a llamarse Paro.


Arengas y exigencias desde todos los rincones de una sociedad que, a mi juicio, está mentalmente enferma. Hay, creo, brotes de sanación, de cura, de resistencia. Proyectos e iniciativas de la ciudadanía que, harta, se ha organizado y que con las uñas y la restante esperanza, cultiva las ideas para generar una necesaria transformación.


Fe. Esa que la iglesia católica y las congregaciones cristianas promulgan, endilgándole atributos de la más dócil y sumisa humanidad; servilismo premiado con hambre y castigado con el hierro de la desigualdad estructural.


Parece que el letargo es la condición natural del despertar del pueblo colombiano que, en su diversidad sociocultural y somnoliento aun, se hace zancadilla a sí mismo, resultado del profundo individualismo, egoísmo y desconfianza en el otro.


-No sé de dónde brotas, esperanza, pero si no me he matado es porque todavía creo que mi cuerpo será testigo y partícipe del cambio-
-Aquí estoy, vida, a tu servicio y mis fotos actúan como la necesaria catarsis que en medio de este feudo me permite resistir-.


A propósito: aquel 21 de octubre, por fin, los sonidos y aromas típicos de la Plaza de Bolívar no fueron callados ni exterminados por la irreflexiva horda del ESMAD y su represión.
La música Misak acompañó, constante, cada intervención en la tarima. Múltiples grupos de ciclistas ocuparon el centro histórico con sus burras, sus artes y sus cuerpos. Las centrales obreras, por supuesto, estaban allí también y, al unísono todo, se traducía en tres demandas: Libertad, dignidad y vida.


Persistamos con nuestra transformación individual, que la colectiva llegará (¿Acaso ya está llegando?) como su natural consecuencia. La verdadera revolución, es la revolución de consciencia.

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