César: En bicitaxi a casa
- Germán PC
- 11 ene 2020
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 20 sept 2020

-Ponte tus zapatos por favor. Vamos a dar una vuelta… Ah, tal vez sea necesario que lleves un saco y por supuesto, no vayas a dejar tu humanidad guardada en el ropero. ¿Vamos?-
César anda en su carruaje donde hace las veces de caballo y de chofer. Aun cuando la fuerza, en realidad, no la pone él sino un motor a gasolina. Detrás no van más que sujetos hipermodernos con rumbos que le resultan indiferentes, tanto como César es apenas notado entre los cientos de miles de venezolanos que han llegado a Bogotá huyendo de su país… Huyendo de sí mismos.
La frontera imaginada no era como la pintaban. César quería algo mejor para su familia, algo más que la mera subsistencia, si es que a eso que él vivía en su hogar se le llamaba subsistir. Mandaría por sus hermanos pronto; tan pronto como le fuese posible.
-Leí que caminar era mejor ejercicio que ir a un gimnasio. No me consta porque mi tiempo lo empleo en otros tipos de fitness. ¿Yogur? Prueba, es casero, esta es mi panadería favorita del barrio; sigo-.
César tenía su plata para el bus hasta Cúcuta, de ahí en más no tuvo de otra que regatear. El susto de regresar deportado era mayor al de una mejor providencia en Colombia, por lo que cada retén, una vez conseguía que lo recogiesen en la ruta hasta Bogotá, sudaba frío si le pedían los documentos. Sólo ocurrió una vez. Vieron su identificación y se la devolvieron. Él había hecho muchas maromas para evitar que le exigieran ver el documento. Fingió no encontrarlo, pero primero alegó tener la maleta muy lejos… Inalcanzable. Quizá así también se veían los dos mil seiscientos metros en cada bus al que se subía y, sin embargo, cada vez estaba más cerca de las estrellas. Pero ni Jorge Barón lo recibió en la Terminal. Poco le puede importar alguien de quien no sabe su existencia.
-Creo que va a llover. Mira ahí va, dice que el frío lo mata y que la jornada es durísima. Doce horas, de sol a sol y más allá. Algunos de sus compañeros me han dicho que, para poder enviar plata a sus familias, dejan de tomarse un trago los fines de semana-.


No imaginaba tanto frío. Después de innumerables horas de trayecto y cinco buses, el 4 de abril de 2018 llegó a la capital de Locombia. Me dio la fecha exacta mientras sonreía. Toda una gesta cuya intimidad más profunda no me ha sido revelada todavía. Hoy sus manos acumulan pesos colombianos todos los días de su clientela de aromas artificiales. Él apenas observa a través de una visera de un trajinado casco que oculta mucho de su rostro. Tanto como el chaleco marcado con el número 13 y la ropa que pudo traer del otro lado de la frontera, de su más cálida tierra natal, que debajo lleva cada jornada. Todo gracias a un par de contactos, los necesarios, los precisos para trabajar y mandar por su familia. Por fin, viven juntos en este lugar al que tú y yo llamamos patria.
Suyas son las huellas del camino andado. Suyo el dolor en las coyunturas de codos y rodillas cada que la temperatura le cala. Sin duda, lo pude ver en sus ojos, César extraña su hogar. Mentiría si te dijera que no vive bien aquí, en cuanto a términos económicos se refiere y, asumiendo que ese bien es consecuencia de una comparación evidente entre lo que vivía allá y lo que vive acá. César más que un emperador es un gladiador, como tú o como yo. Tan humanos como podemos serlo. Como tú y como yo tiene miedo. Miedo del porvenir, miedo a… Miedo a… ¿A qué le tienes miedo?... Sea cual sea, el miedo primordial del ser humano es el miedo a la muerte. No me malinterpretes. La muerte se vive cada día, todos los días. El eterno devenir, visto en detalle, da cuenta de esto. Unos hechos ocurren y una vez ocurren, otros surgen como su consecuencia directa o indirecta, no sin antes morir; no sin antes transformarse. Así, la muerte es un acto de transformación. Migrar, por las razones que sean, es un acto de transformación. César tenía un lavadero de carros en su ciudad, Erin trabajaba para una firma de ingenieros, otros más en diversos oficios, comerciantes, tenderos… Y sí, todos hombres. Veintiocho bicitaxis, VeintIocho carruajes que alquilan diariamente por una tarifa promedio de $70000 pesos colombianos y que deben pagar al terminar el día a sus respectivos dueños, pues es una cooperativa. Lo que consigan de ahí en adelante es su ganancia. Depende del día, pero les alcanza. ¿Cuál es la frontera entre lo indigno y lo digno en términos financieros bajo una situación extrema como esta? ¿Es digna la mera subsistencia? ¿Tenemos nosotros aún en nuestro país condiciones materiales de existencia que se acerquen o sean dignas?

-César volverá a su tierra. No tiene duda alguna (estos árboles huelen delicioso cuando llueve en las noches). Quiere visitar a su mamá. Quiere ir a la conocida playa de donde alberga tantas memorias. Mientras tanto, lo más parecido al sonido de su bien conocida bahía es la cilindrada de su carruaje, al que diariamente sube a imaginar su existencia-.

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