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Digna Rabia

  • Foto del escritor: Germán PC
    Germán PC
  • 19 sept 2020
  • 6 Min. de lectura

Actualizado: 20 sept 2020


-¡Por favor!, ¡no dejen que me lleven!-

-¡Tranquilo! ¡Ya tenemos sus datos y no vamos a dejar que le pasa nada!-

El policía cerró la puerta de la patrulla. Esa fue la última vez que vi a Carlos*.


Nos pidieron distancia, a mí y al grupo de gestores de convivencia de la Alcaldía con la que estaba. El grupo de manifestantes, en total, no sobrepasó las doscientas personas. Mal contados, había cerca de cuarenta matrimonios (un patrullero y un agente del ESMAD que van en moto), además de una división de a pie del mismo ESMAD, compuesto por unos veinte agentes. El Portal Norte iba recuperando el flujo humano natural de antes de la llegada de la pandemia a Colombia. Los buses articulados hacían fila para salir y entrar mientras que, poco a poco, al costado occidental del puente peatonal de acceso, iba llegando gente al plantón organizado en contra de los abusos de poder contra la ciudadanía que habían dejado como saldo, hasta ese día, siete muertos –esa noche aumentaría a trece-. Gente que profundamente indignada con la violencia policial terminó perdiendo la vida por causa de esta…



Días atrás, encerrado en mi cuarto de blancas paredes, me preguntaba cuándo iba yo a tomar el impulso definitivo de lanzarme a la calle a buscar algo que contar. No sólo sentía mi vida plana, sino cómoda. Incómodamente cómoda. La sola idea de salir a buscar qué contar me repelía. Cuando me detenía en cuestiones éticas, pensaba en lo utilitarista que resultaba salir a narrar la vida ajena, siendo incapaz de narrar la mía… Pero la realidad que vemos afuera es la que también tenemos dentro.

Las arengas fueron subiendo su tono y en consecuencia, se elevó la temperatura del momento, aún entre tan poca gente.


-Ya comenzaron- dijo un empleado de Transmilenio antes de darle, presuroso, el último sorbo a su hirviente tinto.


El sol, ya oculto, homogenizaba con sus últimos rayos los tonos y los colores de la pequeña masa humana. Ahí estaba yo, de nuevo, con mi única compañera: la cámara. Me hallé de repente en medio de una conversación entre uno de los varios grupos de fotorreporteros que vi aquella noche. Uno de ellos me recomendó que hablara con una de las personas de Derechos Humanos, para que alguien pudiera interceder por mí en caso de ser necesario.

Nunca he llevado, porque nunca he tenido, credenciales de fotorreportero y a las marchas suelo ir solo. Un par de manifestantes subió el puente a desplegar un reclamo pintado en una tela blanca. Carlos ondeaba la bandera que tanto aborrezco, mientras coreaba con la demás gente las arengas que iban saliendo, inspiradas por la digna rabia acumulada e histórica.


-Aquí no está pasando nada… Si esto no estalla, me voy para Villa Luz- dijo uno de los fotógrafos.

-¿A usted sólo le sirve tropel?-

-¡Claro!-

Me impactó su insensibilidad, pero no era el único con esa actitud. Sin tropel, para muchos de quienes estaban ahí, sería una noche perdida.


Me emputé con ese amarillismo perverso y eventualmente me alejé de ellos. Permanecía cerca de vez en cuando, por aquello de la protección en manada, pero en general, ya no quería tenerlos cerca. Era como si a ellos la crisis institucional y social no los tocara. Eso sí, andaban bien pendientes de los cuerpos que les llamara la atención para echarles una mirada y murmurar entre ellos…

-Oiga, pero esta gente ni sabe para dónde va- dijo aquel que me había recomendado hablar con la gente de Derechos Humanos, gesto que agradecí profundamente. Dijo esto luego del primer bloqueo efectuado por nosotros, la masa, en el costado norte-sur de la Autopista Norte. La duda era evidente. No parecía haber un líder o un comité o un grupo dirigiendo el destino del antes plantón, ahora marcha. Sólo Camilo, iracundo al frente con algunas de sus parceras y parceros. Pregunté a uno de los marchantes si sabía a donde nos íbamos a mover. Según él, íbamos a encontrarnos con la gente que venía desde Alcalá, unos cuatro o cinco kilómetros al sur. Dubitativa, la masa avanzó lenta hasta antes del puente vehicular de la 170. Momentos tensos se vivieron al pasar delante del CAI, custodiado por parte de la gallada uniformada que reseñé, buscando evitar los daños materiales que ya otros CAIs habían sufrido en los últimos días en toda la ciudad.


Un tímido flash apuntó a mi cara. Le devolví la atención apuntándole mi cámara y tomándole una foto. Era el único agente del ESMAD que amparado por la oscuridad, hacía un paneo de la manifestación. Distraídos, cinco fotorreporteros y yo no vimos que ya no pertenecíamos a la masa y que esta, poco a poco, se había pasado al costado opuesto de la autopista. Paramos el tráfico carril tras carril para alcanzarla. Tomamos otras pocas fotos.


Carlos seguía ondeando el trapo y ya no posaba para las fotos, como había ocurrido recién comenzó el primer bloqueo. En efecto, varios fotorreporteros ya se habían ido, seducidos por la difusión en redes del tropel que estaba ocurriendo en el CAI de Villa Luz y otros puntos de la capital. El grupo de gestores de convivencia estaba relativamente seguro en un separador. Hasta allá fuimos quienes quedábamos documentando.


Aturdidoras.

La estridencia desintegró la débil masa en grupos pequeños que despavoridos huyeron hacia el oriente, sobre la calle 170. Enardecidos, los matrimonios cruzaron de lado a lado la autopista y la división de a pie, robótica, avanzó en línea con firmeza aplastante.

Lacrimógeno.

El gas se dispersaba, la tos aumentaba entre nosotros pero podíamos quedarnos quietos. Corrimos detrás de los motorizados para hacerles un seguimiento de sus procederes. Les seguimos hasta el parqueadero de la Panamericana y ahí Carlos pedía piedad.


-No exagere que no le estoy haciendo daño…- Le alcancé a oír al agente que lo sostenía, sometido pero ambos en pie, y lo llevaba para ser requisado. Detrás, dos de sus amigas corrían la misma suerte. Parte de la excesiva fuerza policial disponible nos rodeaba. Ya no éramos más de veinte personas, pero sólo se llevaron a tres. Con los datos de identificación ya en una libreta, los de Derechos Humanos, los gestores de convivencia de la Alcaldía y los pocos que quedábamos documentando, permanecimos allí para hacer la veeduría ciudadana para que la captura se llevara a cabo bajo el marco legal y de derechos humanos pertinente.



-Nos los estamos llevando por alteración del orden público y…- No logré escuchar el resto. Casi tan pronto como arrancó el caos suscitado por el lacrimógeno y las aturdidoras, cesó. No alcanzó a pasar más de una hora.


-Hay veinte detenidos en la 168 con 30-


El rumor hizo que nos dividiéramos. Unos permaneceríamos allí mientras resolvíamos a qué estación debíamos ir para que liberaran a Carlos y sus amigas. Los demás, irían a la dirección señalada a verificar la información.


Luego de deliberar, sabiendo ya que Carlos y las chicas llegarían a la estación de policía de Usaquén, decidimos ir a un paradero para ver si conseguíamos tomar el último bus alimentador que pudiera dejarnos allá. Las operaciones de Transmilenio habían terminado ese día a las 8 p.m. y ya eran casi las 9. Los matrimonios volvieron, se agolparon en una gasolinera diagonal a nuestra posición. Éramos apenas seis personas, cinco gestores de convivencia y yo. Al rato llegó un pequeño grupo de manifestantes, por mucho diez, y cuatro de ellos resultaron ser amigos de Carlos. A él lo cambiaron de patrulla y le dieron muchas vueltas. Lo sé porque lo vimos; pasaron en frente nuestro. Encontramos su tula y su chaqueta tiradas en un andén. Se las entregamos a uno de sus amigos y caminamos hacia el oriente, pretendiendo llegar a pie a la estación para gestionar su liberación. Nunca llegamos. A la altura de la carrera novena con calle 161, más o menos, los gestores de convivencia nos pidieron que no fuéramos, que hasta ahí podíamos acompañarles. Obedecimos. Hacía rato que había perdido el rastro de quienes quedábamos documentando.


A pie, recogí mi bicicleta en Villa del Prado donde la había dejado, acompañado de nuevos parceros. Cada uno fue tomando su camino a medida que retornábamos. Llegué a mi casa pasadas las 11 p.m., la misma hora en la que, según me dijeron, Carlos y sus parceras salieron en libertad. Los otros 20 jamás fueron capturados.


No todo tiene porqué acabar en tragedia; no nos acostumbremos a eso.


A.C.A.B ¡Resistencia!


*Nombre cambiado. Él mismo autorizó la publicación de las fotos.


 
 
 

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